El Asentamiento Originario

La evolución biológica de nuestra especie se dio en buena medida dentro del contexto del Pleistoceno o Edad de los Hielos; una era geológica que empezó hace casi 2.5 millones de años. No hay la menor duda de que esa evolución desde nuestros antepasados los primates hasta las formas modernas de humanidad ocurrieron en el Viejo Mundo, no en el Nuevo, y que las primeras mi­graciones humanas hacia este último se dieron ya muy a finales del Pleistoceno. El argumento más elocuente en favor de tal opinión es que jamás se han encontrado en el hemisferio occidental formas arcaicas del género Homo, ni siquiera las relativamente tardías de Neandertal. Todos los esqueletos de indios americanos, encon­trados en depósitos antiguos, son morfológicamente modernos

Dentro de la Edad de los Hielos hubo cierto número de largos períodos sucesivos de intensas glaciaciones y descensos de temperatura a escala mundial. Tales episo­dios estuvieron separados por períodos interglaciales, durante los cuales las temperaturas volvieron a ser las de hoy. La última de las glaciaciones, llamada Wisconsin en Norteamérica, fue la más dura de todas y duró apro­ximadamente desde el año 80 000 al 7000 a. C., cuando los glaciares del mundo iniciaron su retirada final.

 

Extensión de la glaciación Wisconsin

 

Amplias áreas del hemisferio septentrional estuvieron cubiertas por masivas capas de hielo a finales del Pleistoceno, cuando los primeros humanos entraron en el Nuevo Mundo. Fue tanta el agua que se condensó en hielo, que el nivel del mar descendió drásticamente, dejando al descubierto una amplia franja de tierra sin hielos entre Siberia y Alaska. Según algunos arqueólogos, los primeros cazadores paleo-indios estuvieron confinados en la parte alaskiana de Beringia hasta que un corredor libre de hielos les permitió salir hacia el sur aproximadamente 10000 años a. de C., dando como resultado un exceso de la actividad venatoria y la extinción de la caza por obra de las gentes de la cultura Clovis. Otros piensan que no hay pruebas definitivas sobre la existencia de un corredor en esa época y que los antepasados de los indios americanos ya habían alcanzado latitudes más bajas que antes de que se fundieran las capas de hielo de la Cordillera y Laurenciana hacia 18.000 a. de C.

 

    En el período más crudo de la Wisconsin, enormes masas de hielo cubrieron Norteamérica y el extremo septentrional de Eurasia, mientras que una espesa banquisa cubría el océano entre los dos grandes glaciares. Se calcula que, en torno al 30% de la superficie terres­tre estuvo cubierta por la carga de hielo de los glaciares Wisconsin y por sus correlativos glaciares de Würm en Eurasia. Tanta fue el agua que se fundió de esa cubierta de hielo, que el nivel del mar descendió al menos 85 m, dejando al descubierto buena parte de lo que ahora es plataforma continental y, lo que es mucho más impor­tante, sacando a la luz un puente de tierra entre Siberia y Alaska. La propia Norteamérica estaba cubierta con una capa de hielo de hasta 3 km de espesor, hasta la confluencia, al Sur, de los ríos Ohio y Mississippi, mien­tras que en las elevaciones superiores de México y de la cordillera de los Andes los glaciares eran aun mayores.

    Es evidente que en la mayor parte de la Wisconsin el Nuevo Mundo estuvo despoblado Cuando los primeros inmigrantes consiguieron penetrar en la parte no helada del continente, debieron de encontrar un entorno muy distinto del actual. Por ejemplo, al sur de la línea de hie­los estaba la tundra cruzando lo que ahora son las Gran­des Llanuras, el Medio Oeste, Pennsylvania y Nueva Jersey. Más al Sur se extendía una ancha franja de bosque boreal, que cubría buena parte del centro de Estados Unidos. Con otras palabras: el estado de Virginia se ase­mejaba entonces mucho a la parte sur del Labrador ac­tual. Probablemente las praderas cubrían muchas tierras bajas del oeste de Estados Unidos y de México.

    Los primeros inmigrantes debieron hallar en estas tie­rras nuevas un paraíso para los cazadores. Grandes ma­nadas de enormes mamíferos herbívoros vagaban por el paisaje a finales del Pleistoceno; manadas que en Amé­rica del Norte estaban formadas por caballos, mamuts, mastodontes, bisontes gigantes y camélidos. Además de los rumiantes había animales formidables, como una es­pecie de lobo enorme ahora extinguida y el gigantesco perezoso. Aquella fauna notable iba a desaparecer con la llegada de los humanos y la retirada de los glaciares.